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También las Ciencias Sociales.

José Luis Rebollo Álvarez

(Abogado. Profesor Asociado Universidad de Oviedo)



Es algo más que evidente que de esto nos van a sacar la ciencia, la biología y la medicina, porque, al final, el final no es otro que encontrar primero un tratamiento efectivo y luego –y sobre todo- una vacuna. Hoy la ciencia sabe prever cuando llegará a un resultado: ya no depende como a principios del siglo XX de la casualidad trabajada sino que es capaz de trabajar con metas más o menos ciertas. Y nos hablan de un año. Mientras tanto nos moveremos en el ámbito de las medidas excepcionales, sean estas las que sean.


Tienen que existir esas medidas excepcionales pues la sociedad, de forma natural, se va a dividir en tres grupos: los inmunes (porque han pasado y superado la enfermedad, si es que esto realmente es así), los enfermos y los asintomáticos que en un escenario de movilidad se convertirían en portadores, por lo que, vuelta a empezar aunque seguramente con menos efectos adversos porque habremos reforzado el sistema sanitario y descubierto tratamientos más o menos efectivos.


Ya sabemos que si no se toman medidas de aislamiento social el desastre está asegurado, luego parece lógico deducir que para abrir ese aislamiento, de forma parcial, todos los ciudadanos deben saber si son inmunes o no, portadores o no. Por tanto, tendrán que realizarse pruebas (test) a toda la población e ir procesando los resultados a nivel estadístico para disponer de información para ir avanzando en la apertura controlada del aislamiento social.


Esto no es fácil porque cuando la población conozca que esta situación puede durar meses su contención quebrará y, en todo caso, habrá que hacer frente a otro tipo de efectos en la sanidad –física y mental- de esa situación. Una duración prolongada del aislamiento –más o menos intenso- debe ir acompañada de medidas informativas y de una unidad en las decisiones que hagan que nadie se plantee si son adecuadas o no. Si el Gobierno de la Nación toma medidas no pactadas con toda la representación de la comunidad, se discutirán, y consecuentemente, con el tiempo, se incumplirán. Porque el cumplimiento de las normas no deriva de la coacción, sino de la conciencia social unánime y el derecho deja la coacción para las conductas contrarias a la unanimidad.


No dejamos de matar a los demás porque vayamos a prisión diez o quince años sino porque sabemos y conocemos que no debemos hacerlo a nivel de comunidad en su conjunto. Si la mitad de la comunidad lo viese lógico y la otra mitad no, el incumplimiento de la norma se haría mucho mayor pese a las consecuencias coactivas que existiesen que además, por lógica social, se relajarían.


Por eso el primer mandamiento debe ser la unidad y conseguirla es una tarea complicadísima en la que se tienen que empeñar todos los que tienen responsabilidad en hacerlo y transmitirnos a todos unas soluciones, mejores o peores, que nos gusten más o menos, pero que sean unívocas.


Esto también resulta de aplicación a nivel global, porque si las reglas no son iguales para todos, el proteccionismo llegará a continuación, sino el nacionalismo, por el mismo motivo de protección de la comunidad. Si un estado debe elegir entre permanecer en la Unión Europea bajo unas reglas que le arruinen con toda certeza u organizarse socialmente bajo otras posibilidades inciertas, elegirá lo segundo, como haríamos casi todos ante una decisión individual.


Pero volvamos a nuestra sociedad, de momento interrelacionada con otras muchas. Si esta situación se arregla pronto, muy pronto, nada de lo que diga a continuación valdrá para nada: las medidas excepcionales adoptadas incrementarán la deuda pública mucho, reducirán el PIB y por tanto aumentarán el endeudamiento en relación al PIB, nos saldremos de la regla europea, negociaremos o recurriremos al MEDE (rescate) y vuelta a empezar con una crisis económica de la que de nuevo saldremos, unos más que otros, como siempre, y con muchas dificultades. La confianza se desmoronará pero al cabo de un tiempo volverá. Todo seguirá igual y hasta la próxima.


Pero esto no sirve en un escenario más largo en el tiempo, aunque no sea tan intenso como el que vivimos en marzo de 2020; en el escenario que describíamos antes las cosas no funcionarán así, a pesar de que exista un convencimiento social pleno de que debemos seguir por una dirección determinada.


Es justo en este tipo de escenarios o situaciones cuando la buena gestión del cambio cobra sentido al alinear la visión con la acción. Esto lo saben muy bien saben las empresas especializadas en este ámbito, como es el caso de ECM.


El PIB español se compone en una pequeña parte (no llega al 3%) del sector primario, el sector industrial –que llegó a pesar antes de la última crisis sobre un 25 %, hoy está en el entorno de un 20 %; el resto es sector servicios donde figura con un peso muy importante el turismo y hostelería, pero también la movilidad y el servicio al consumo, el comercio.


Vamos a partir de la base de que tanto el sector primario (agricultura, ganadería y pesca esencialmente) como la parte del sector servicios destinada a la distribución, transporte y comercialización de productos de alimentación permanece constante, y aquí se termina la seguridad económica del futuro inmediato.


Determinados sectores tendrán movimiento pero en menor medida y podrán compensarse con el aumento de otros: por ejemplo, electricidad, gas, telecomunicaciones. El sector industrial se reducirá porque su demanda tendrá dudas, y no invertirá con la misma seguridad sobre todo en aquellas inversiones que se puedan aplazar; el ejemplo sencillo sería la compra de un vehículo, no digo que no se haga pero ya veremos más adelante.


Y el golpe brutal será para el sector servicios. No es probable que se abra la movilidad como para desplazarnos de vacaciones a otra región, y menos a otro país; no es probable que entremos despreocupados en bares y restaurantes; no vamos a gastar lo mismo, sino menos, en ropa y calzado; no vamos a ir a gimnasios, ni a conciertos multitudinarios. Y eso será así durante meses.


En España existen unos tres millones de empresas, de las que la mitad son autónomos sin empleados, sobre un millón tienen de 1 a 10 trabajadores, no llegan a doscientas mil las que tienen de 10 a 250 trabajadores y sólo unas cuatro mil superan esa cifra. El mayor peso del empleo –sobre un setenta por ciento- recae en el sector servicios.

La falta de capitalización y financiación de nuestras pequeñas empresas y autónomos, derivada en gran medida de la crisis de la que todavía estábamos saliendo producirá dos efectos casi inmediatos: uno, muchas cerrarán; y dos, toda esa actividad económica dejará de producir ingresos fiscales. Otro efecto será el aumento del gasto público en protección social derivado de un aumento del desempleo extraordinario. Con el mantenimiento de las medidas que el Gobierno va adoptando – presumiéndole una infinita buena voluntad pero también un cortoplacismo preocupante- nos encontraremos con un gasto público enorme que en poco tiempo no podremos mantener y probablemente ni pagar porque aumentará nuestro riesgo de impago (prima de riesgo) y por tanto la capacidad de que nos compren deuda pública, aumentando más el precio y por tanto también más el endeudamiento.


En principio sólo existe una opción para salir de una situación así – además de las estructurales, esto es, aumentar o normalizar la movilidad, que partimos de la base de que no podemos hacerlo- y que es tener más dinero para repartirlo (¿ingreso mínimo vital?) y con ello organizar esta situación hasta que encontremos la solución biológica y arrancar de nuevo. Pero el problema es que tener más dinero ya no es una solución nacional, sino europea, y parece ser que descartan esa opción (eurobonos). Lo que si nos dejan es emitir deuda pública que el Banco Central Europeo ha dicho que comprará ilimitadamente pero si nos salimos de los límites impuestos por el Euro, rescate y medidas contrasociales de ahorro y por tanto sufrimiento social.


Los más radicales y probablemente nacionalistas me contestarán que pues nos salimos de la Unión Europea, y puedo entender su reacción –de hecho ya se lo planteó Grecia en la crisis de 2008- pero no sólo no es fácil –lo sabemos por el Brexit y Gran Bretaña no estaba en el Euro- sino que además tiene muchas consecuencias en el acceso a los mercados internacionales; todo nos saldría más caro y ya no podemos ni sabemos producir todo lo que necesitamos.


Ojalá no sea así, pero si esta situación se extiende en el tiempo necesitaremos nuevas soluciones, al menos durante unos meses: necesitaremos organizar de otra forma a la sociedad y sobre todo deberemos organizar de otra forma nuestra economía porque las reglas actuales sólo nos pueden llevar a un sufrimiento muy grande. La primera opción debe ser multilateral, sería lo ideal, pero soy escéptico de que se pueda lograr rápidamente, y tiempo no tenemos.


Por eso, además del tiempo de los médicos y los biólogos, también ha llegado el tiempo a los que nos dedicamos de una u otra forma a las ciencias sociales: nos toca pensar, y mucho, y poner en marcha una gran puesta en común que ayude a nuestra sociedad.


En este proceso nos encontramos todo el equipo y colaboradores de ECM.


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